Capítulo 92
Ahora se daba cuenta de que en los
momentos mas altos del deseo no había sabido meter la cabeza en la
cresta de la ola y pasar a través del fragor fabuloso de la sangre.
Querer a la Maga había sido como un rito del que ya no se esperaba la
iluminación; palabras y actos se habían sucedido con una inventiva
monotonía, una danza de tarántulas sobre un piso lunado, una viscosa y
prolongada manipulación de ecos. Y todo el tiempo él había esperado de
esa alegre embriaguez algo como un despertar, un ver mejor lo que lo
circundaba, ya fueran los papeles pintados de los hoteles o las razones
de cualquiera de sus actos, sin querer comprender que limitarse a
esperar abolía toda posibilidad real, como si por adelantado se
condenara a un presente estrecho y nimio.
Capítulo 73
Entre el Yin y el Yang, ¿cuántos eones?
Del sí al no, ¿cuántos quizá? Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero
de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto?
Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura,
literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las
turas de este mundo.
Capítulo 56
-Las mujeres son la muerte -dijo
Oliveira-. Ahí donde la ves, lo más modosita al lado de la rayuela…
Mejor no les abrás, Manú, estamos tan bien así.
–
Entre tanto se podía estar en la ventana
fumando, estudiando la disposición de las palanganas acuosas y los
hilos, y pensando en la unidad tan puesta a prueba por el conflicto del
territorio versus la pieza. A Oliveira le iba a doler siempre no poder
hacerse ni siquiera una noción de esa unidad que otras veces llamaban
centro, y que a falta de contorno más preciso se reducía a imágenes como
la de un grito negro, un kibbutz del deseo (tan lejano ya, ese kibbutz
de madrugada y vino tinto) y hasta una vida digna de ese nombre porque
(lo sintió mientras tiraba el cigarrillo sobre la casilla cinco) había
sido lo bastante infeliz como para poder imaginar la posibilidad de una
vida digna al término de diversas indignidades minuciosamente llevadas a
cabo. Nada de todo eso podía pensarse, pero en cambio se dejaba sentir
en términos de contracción de estómago, territorio, respiración profunda
o espasmódica, sudor en la palma de las manos, encendimiento de un
cigarrillo, tirón de las tripas, sed, gritos silenciosos que reventaban
como masas negras en la garganta (siempre había alguna masa negra en ese
juego), ganas de dormir, miedo de dormir, ansiedad, la imagen de una
paloma que había sido blanca, trapos de colores en el fondo de lo que
podía haber sido un pasaje, Sirio en lo alto de una carpa, y basta, che,
basta por favor; pero era bueno haberse sentido profundamente ahí
durante un tiempo inconmensurable, sin pensar nada, solamente siendo eso
que estaba ahí con una tenaza prendida en el estómago.
Capítulo 54
Desde la ventana de su cuarto en el
segundo piso Oliveira veía el patio con la fuente, el chorrito de agua,
la rayuela del 8, los tres árboles que daban sombra al cantero de
malvones y césped, y la altísima tapia que le ocultaba las casas de la
calle. El 8 jugaba casi toda la tarde a la rayuela, era imbatible, el 4 y
la 19 hubieran querido arrebatarle el Cielo pero era inútil, el pie del
8 era un arma de precición, un tiro por cuadro, el tejo se situaba
siempre en la posición más favorable, era extraordinario. Por la noche
la rayuela tenía como una débil fosforescencia y a Oliveira le gustaba
mirarla desde la ventana. En la cama, cediendo a los efectos de un
centímetro cúbico de hipnosal, el 8 se estaría durmiendo como las
cigüeñas, parado mentalmente en una sola pierna, impulsando el tejo con
golpes secos e infalibles, a la conquista de un cielo que parecía
desencantarlo apenas ganado.
Capítulo 17
- ¿Qué es la cosidad? –dijo la Maga
- La cosidad es ese desagradable
sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción empieza nuestro
castigo. Lamento usar un lenguaje abstracto y casi alegórico, pero
quiero decir que Oliveira es patológicamente sensible a la imposición de
lo que lo rodea, del mundo en que se vive, de lo que le ha tocado en
suerte, para decirlo amablemente. En una palabra, le revienta la
circunstancia. Más brevemente, le duele el mundo. Usted lo ha
sospechado, Lucía, y con una inocencia deliciosa imagina que Oliveira
sería más feliz en cualquiera de las Arcadias de bolsillo que fabrican
las madame Léonie de este mundo, sin hablar de mi madre la de Odessa.
Porque usted no se habrá creído lo de los ananás, supongo.
Capítulo 7
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada
vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más
de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se
superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se
encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando
apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire
pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos
buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu
pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o
de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos
el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber
simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola
saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí
como una luna en el agua.
Capítulo 4
Así habían empezado a andar por un París fabuloso, dejándose llevar por los signos de la noche, acatando itinerarios nacidos de una frase de clochard, de una bohardilla iluminada en el fondo de una calle negra, deteniéndose en las placitas confidenciales para besarse en los bancos o mirar las rayuelas, los ritos infantiles del guijarro y el salto sobre un pie para entrar en el Cielo. La Maga hablaba de sus amigas de Montevideo, de años de infancia, de un tal Ledesma, de su padre. Oliveira escuchaba sin ganas, lamentando un poco no poder interesarse; Montevideo era lo mismo que Buenos Aires y él necesitaba consolidar una ruptura precaria…
Capítulo 1
¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me
había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al
Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río
me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en
el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en
el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar
la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y
acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que
un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la
gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado
para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.
–
Preferíamos encontrarnos en el puente,
en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en
cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero
sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer
parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa
filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un
paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te
acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco
del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo.
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